El Ágora de Alhaurín

  • Diario Digital | jueves, 02 de mayo de 2024
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Reflexiones de servilleta: adios, gorriones

Gorriones
Gorriones
Reflexiones de servilleta: adios, gorriones

Leo en el portal de noticias de Cadena Ser una noticia sobre la desaparición del gorrión. En una década, treinta millones de ejemplares de esta especie, lo que viene a ser una quinta parte del total de su población, han desaparecido, según los datos de expertos ornitólogos.

El uso de insecticidas, la contaminación del aire, la reducción progresiva de lugares donde construir sus nidos y los niveles de ruido,  son los factores determinantes de una desaparición que se describe como silenciosa.

Sin alboroto y sin previo aviso, van quedando menos.

Como aquellas vajillas marrones y transparentes que había en las casas, o los tubos de Abéñula de los tocadores. Como los pañuelos de tela, las cabinas telefónicas o los videoclubs.

Un día, de pronto, ya no están.

Pero los gorriones, los sencillos, ordinarios y pardos gorriones, no son teléfonos de pared de los de rosca, no pueden ser sustituidos por algo nuevo, más avanzado y moderno, mejor. No pueden. Y nos quedamos impasibles, sin protestar ni exigir, porque casi no nos damos cuenta, aunque pase en nuestras narices.

No damos valor a los “viernes por el futuro contra el cambio climático” que organizan unos cuantos miles de estudiantes, chicos raros de todo el mundo, inspirados por una sueca de dieciséis años, que comenzó a sentarse frente al Parlamento de su país.

A lo mejor debíamos sentarnos todos, aunque fuera a reflexionar. Porque si perdemos, sin mayor pena ni gloria, a esos compañeros del diario, chiquitos, marrones, discretos, cercanos...¿qué más  perderemos, sin rechistar siquiera?

No solo en lo relativo a grandes conceptos, temas sociales y colectivos: espacios, parajes, bienestar o calidad de vida. Sino en los detalles, esos gorriones pequeños de nuestra vida que vamos dejando atrás...

Como la amistad con la que antes tenías largas conversaciones, pero con la que hoy en día solo hablas a través del grupo de Whatsapp, tan práctico, que tanto tiempo ahorra,  que os tiene al día, superficialmente, pero al día al fin y al cabo.

O el toque de leche condensada que te gustaba en el café, pero que dejaste al oír varios comentarios, por supuesto bienintencionados, (¡hechos desde la más honda preocupación!) sobre tus caderas. Tu costumbre de canturrear, que fue ridiculizada. Los cómodos zapatos que te ponías para ir a trabajar y fueron contemplados con desdén... Los rizos locos, desordenados, que planchaste, las canas que tapaste, esa piel, cubierta, descubierta, bronceada, decolorada, depilada, estirada... todo para encajar.

Hasta que encajas tan, tan bien en un molde aprobado, conveniente, homologado. Pero sin gorriones. Y ves que dejaste atrás a tantos de esos pajaritos humildes, aquellos que ni mirabas, aunque ahora recuerdas que eran bonitos. Miras a tu alrededor y ya no hay ni uno. Ni siquiera los tuyos, íntimos, metafóricos, anónimos y humildes.

Pero las cotorras... ¡las cotorras de vibrantes colores, chillonas e indiscretas, estridentes! A esas si las ves, batiendo las alas a duras penas dentro del molde.

Y te sorprendes pensando que dejaste atrás tantos gorriones, suaves peluches pardos de lunes.

Y a tí, te dejaste también atrás, tanto y de tal manera...

Que para arreglar esto va a haber que sentarse, como aquella pequeña nórdica, aunque sea, para empezar, frente al espejo. Que lo demás, con mirada certera y reflexiva, ya vendrá.

Y puede, incluso, que vuelvan los gorriones.