El Ágora de Alhaurín

  • Diario Digital | martes, 23 de abril de 2024
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Yo no me quejo de los palmeros que rodean a los políticos

Advertencia.- La manía persecutoria es una enfermedad tan extendida como la fiebre o la tontería. Por eso los más perspicaces creen reconocerse en mis artículos y se dan a los demonios. Insisto enérgicamente sobre el hecho de que mis personajes son ficticios. Cualquier semejanza que exista o haya existido seria, como dijo aquel, pura coincidencia…o según a mi me parezca el momento y la persona.

Yo no me quejo de los palmeros que rodean a los políticos

“Engullimos de un sorbo la mentira que nos adula y bebemos gota a gota la verdad que nos amarga”. Denis Diderot

Como siempre os digo yo nunca me he quejado. Hoy he estado a punto de hacerlo, pero no, eso no sería propio de mí, es más, después de reunirme conmigo mismo he llegado a divertirme como si me contara un chiste que no sabía. En estos días proliferan como las flores en primavera, los palmeros, aduladores y tiralevitas. Son muy fácil de identificar y hasta de catalogar, son personas que por su escasa valía real se pegan al líder de turno, le jalean y le ríen las sin gracias con que se adornan en sus actos. Estos palmeros y aduladores profesionales son el sarcoma de los famosos, pero en particular de los políticos.

¿Quién no ha visto a un político rodeado de un grupo de personas y se ha preguntado, para que necesita esa guardia? Si los miras a cierta distancia enseguida distingues a los palmeros, acostumbran a llevar una sonrisa entre bobalicona y muy bobalicona, se ponen delante de su ídolo y no pierden la sonrisa aunque el desprecio de su ídolo hacia esos palmeros sea evidente, le ríen, aplauden, suspiran y si el ídolo le dice algo o le hace una carantoña entonces entran en trance.

El adulador es mucho más peligroso. Por norma es un ser escaso de conocimientos, envidioso, con las aptitudes justas para saber que si pone un pie delante del otro de una forma sincronizada le sirve para caminar. Yo que no me quejo nunca, he estado en más de una ocasión tentado de hacerlo de los aduladores y del adulado que recibe ese manoseo, sobo y frotamiento casi con deleite. Otro momento glorioso del adulador es cuando le come la oreja al ensalzado. Normalmente lo hace para decirle a su jefe lo bien que lo está haciendo, o lo malo que son los otros que le rodean.

Pero el momento culmen es cuando delegan en un adulador. No es que demuestren las carencias, su falta de conocimiento y aptitud, las confirman. Titubean, mienten, todo lo que sale mal es culpa de los otros –que siempre sale mal, explicación científica, no saben-. A los palmeros y aduladores te los tienes casi que ir quitando a gorrazos y a veces sin el casi, es cierto que tienen un sexto sentido –el único- carecen de los otros cinco que se le supone, que tiene el humano.

Ese sexto sentido lo tienen para detectar a los que los despreciamos por su amoralidad, servilismo y por ser tan pelotas. Desde ese instante date por finiquitado si ellos tienen la oportunidad de darte la puntilla, lo malo para ellos es que confían en exceso en su influencia y no saber medir a quien o quienes intentan utilizar para hacer meritos. Ellos creen que les basta y les sobra con ser palmeros, aduladores y pelotas escalaran puestos –algunos lo consiguen, pero son los mínimos- las enormes carencias que tienen los desenmascara más pronto que tarde y en algunos casos antes.